Sv. Franjo Asiški napisao pismo Kiku Arguellu!!!!
Francisco de Asís escribe al líder del Camino Neocatecumenal
Hermano Francisco, soy tu hermano Francisco.
No sé si te acuerdas de mí. A veces tengo casi la certeza de que no.
Pero mi corazón sufre por ti. No sé hacia dónde vas ni hacia dónde llevas a toda esa gente que camina detrás de ti y que corren a donde tú les mandas. Tampoco sé por qué les mandas. Ni para qué.
Empezamos casi igual, acuérdate. Yo procedía de una familia muy influyente de Asís. Tú también, aunque de León, en España. De chaval, yo fui un golfo y un pendón, lo mismo que tú. Yo no sabía ni pintar ni tocar la guitarra: tú, a la vista está, tampoco. Un día, en un viaje a Apua, yo padecí una crisis, me di cuenta de que mi vida no tenía sentido y me entregué a Dios y al servicio de los pobres. A ti te pasó algo parecido. Echaste mano de la guitarra (eso fue un error, hermano mío, fue un error), te fuiste de tu casa y te metiste en un barrio de chabolas a ver si encontrabas a Dios.
Pero hoy creo que encontramos cosas distintas. Te acabo de ver en ese espectáculo que montas cada diciembre en una gran plaza de Madrid, esa reunión que haces para dar gritos contra unos y otros con el pretexto de salvar a las familias, y no reconozco nada de lo que yo dije, de lo que pensé ni de lo que soñé. No entiendo nada, hermano Kiko.
Yo busqué siempre la humildad, la ayuda a los que nada tenían, la pobreza y el sacrificio, como nos enseñó Jesús. Tú… mírate al espejo
Yo busqué siempre la humildad, la ayuda a los que nada tenían, la pobreza y el sacrificio, como nos enseñó Jesús. Tú… mírate al espejo: tu gran pecado, hermano Kiko, es la vanidad, la ambición, el brillo. La soberbia. Que te reconozcan, que te alaben, que se junten a tus pies multitudes, que te admiren y sobre todo que te obedezcan.
A un obispo que me pedía dinero le di todo lo que tenía: hasta mis ropas, porque me quedé desnudo ante él y tuvo que cubrirme con su manto. Tú organizas escenarios gigantescos, te deleitas con los oros y los inciensos y los iconos, te codeas con los grandes, te alimentas de la adulación de los demás. Cuando la Orden que yo fundé, que se llamaba de los frailes menores, empezó a crecer, hubo un cardenal, el poderoso Ugolino de Segni (luego lo hicieron Papa), que me ofreció nombrar cardenales a algunos de mis poverelli. Yo le dije que no. Que si mis hermanos frailes se llamaban menores era porque no querían convertirse en mayores, y le pedí que nunca, pero nunca, consintiese en que ninguno de ellos se convirtiese en prelado.
¿Y tú, hermano Kiko? Tú mandas sobre los cardenales, sobre los obispos y sobre el mismo Papa, al que censuras en tus medios de comunicación cuando dice algo que no te gusta o cuando corrige tu ambición; al que desprecias y del que te burlas, recordando que una vez te hizo de traductor al alemán. No hay nada que te haga más feliz que ver a los prelados y purpurados asistir, sumisos, a tus espectáculos y escuchar tus arengas. Los traes, los llevas… y te hacen caso, porque saben que tú les llenas los estadios y las plazas. No te admiran: te temen, porque eres muy poderoso, y para que no te vuelvas contra ellos fingen un cariño que están muy lejos de sentir. A mí me traspasaba el amor de Dios, que era el amor por los más pobres. A ti te vuelve loco el poder. A mí me preocupaba la fortaleza de las creencias de cada cual. A ti lo que te obsesiona es el número de quienes te siguen o acuden a tus espectáculos. Tienen que ser miles, cientos de miles. Y si no lo son, tú dices que sí lo son. Y obligas a los tuyos a creerte.
Tú, hermano Kiko, llenas tus discursos de miedo, de amenazas, de invectivas, de soflamas contra los que no piensan como tú
Yo prediqué mucho, pero mi mensaje era siempre el mismo: sed humildes, amad a vuestros semejantes, socorred a los que nada tienen y confiad en la bondad del hombre. Tú, hermano Kiko, llenas tus discursos de miedo, de amenazas, de invectivas, de soflamas contra los que no piensan como tú; en el mismo párrafo gritas que Cristo ha resucitado y a renglón seguido fustigas por igual a los que se divorcian, a los que matan, a los campos de exterminio, a los que queman coches, al incesto y a la televisión. Dices lo primero que se te ocurre. Reflejas tus miedos en tus palabras, no tu amor ni tu caridad. Has creado un discurso embarullado y farragoso que no tiene sentido, por más que esté aderezado con palabras sobre la salvación y sobre la fe. Y perdóname que te diga esto, hermano Kiko, pero eres muy pesado, pesadísimo. Más pesado, fíjate, que el papa Inocencio, aquel Lotario di Segni de mis culpas, que no había quien lo aguantara. Pero nadie te dice que te calles.
A mí me gustaba escribir y, sencillo como fui, escribí cosas sencillas, como el Cántico de las criaturas, en el que llamaba hermanos a los animales, al sol, a la luna, a mis enemigos y a la muerte misma. Tú has llegado a crear toda una orquesta sinfónica para que lleve por el mundo uno de los ejemplos de soberbia más tristes que conozco: tu Sufrimiento de los inocentes, una obra de enorme tristeza que inventaste con lo poquito que sabes de guitarra y que alguno de tus acólitos, músico, tuvo que orquestar para que pareciera lo que no es. Y no te das cuenta de que los únicos inocentes que sufren ahí son quienes la escuchan, porque es mala, pesada, torpe y desesperanzadora. Dicen algunos que tu “sinfonía” no la soporta ni Dios. No es una blasfemia: me consta, porque Le veo con frecuencia y puedes creerme: Le tienes harto con tanta vanidad vacía. A Él y a muchos de quienes te adulan. Pero nadie te lo dice tampoco.
Eso es lo peor, hermano Kiko: que no tienes a tu alrededor a nadie que te diga la verdad. El más querido de mis primeros frailes fue el hermano León, que era mi confesor y mi azote, que me prevenía siempre contra el peligro de la falsa humildad. Tú no tienes a nadie así. No lo consentirías. Después de la soberbia, tu peor pecado es la ira. Nadie te contradice porque todos te temen. Yo inventé una congregación de frailes humildes. Tú has creado una estructura de poder. Una secta dentro de la Iglesia. Una secta creada, como todas, no para mayor gloria de Dios sino tuya, para el culto a tu personalidad; una secta que, también como todas, controla inmensas fortunas que te entregan, cándidos, tus seguidores, y que nadie sabe a dónde van a parar, mientras yo pedía limosna. Una secta en la que enseñas que fuera de ella sólo están la infelicidad, la soledad y por supuesto el demonio, y eso no es verdad. Una secta no de creyentes, sino de obedientes a tu voluntad. Como todas las sectas.
No sé en qué Dios crees tú, hermano Kiko. Al mío, yo no lo reconozco en tus palabras, en tus amenazas, en tu prepotencia
No sé en qué Dios crees tú, hermano Kiko. Al mío, yo no lo reconozco en tus palabras, en tus amenazas, en tu prepotencia y, esto sobre todo, tampoco en tus músicas, que no mueven a la alegría ni al amor sino a la somnolencia.
Te pediría una cosa: déjalo todo, Kiko Argüello. Si crees en lo que di-ces, si de verdad crees en aquel Jesús a quien tanto nombras (yo creo que en vano), que no tenía dónde reclinar su cabeza, vete a un convento, o a un comedor social, o a un dispensario en África; arremángate y ponte a curar las heridas de los leprosos, como hice yo, o limpiar las culos de los niños que se mueren de sida. Pero tú solo, sin tu orquesta ni tus obispos ni tu corte de aduladores ni tus fanáticos. Allí encontrarás el verdadero Camino. Allí se te pasarán las ganas de ofender y amenazar a quienes piensan de manera distinta de la tuya.
Si lo haces, que Dios te bendiga. Estoy seguro de que lo hará.
Francisco de Asís
(1181 – 1226)
Por la transcripción, LUIS ASTÚRIZ
Budući da nam je prevoditelj s španjolskog otišao na skijanje u Alpe, ubacite tekst u google prevoditelj i jako ćete lijepo razumjeti glavnu poruku pisma.
Molim prijevod na hrvatski.